lunes, 21 de abril de 2014

JERUSALÉN

Con el desayuno de bufet del hotel comimos tanto como pudimos para así aguantar el resto del día. Aun así, cuando volvía el hambre a eso de las 18 de la tarde, nos apañábamos con las provisiones que previamente habíamos cogido en el desayuno para seguir adelante: pan con humus, pepinos, tomates, queso, jamón, dulces, frutas…  Al venir desde un país tan barato como Polonia, no podíamos permitirnos grandes lujos que descompensasen el resto de nuestro presupuesto para nuestra estancia Erasmus.
Aprovechando la ubicación de nuestro hotel, empezamos por visitar lo que teníamos más cercano: un grandísimo cementerio judío (donde varios de ellos creen que el Mesías aparecerá según la tradición de Zacarías), la Iglesia de la ascensión de la Virgen María, el Monte Getsemaní y el Monte de los Olivos. Estos dos últimos resultaron ser bastante pequeños y, además de estar uno al lado del otro, también los estaban con los pies de la muralla de Jerusalén.
Iglesia del Getsemaní y abajo el Monte de Los Olivos
Conforme nos adentrábamos en la ciudad, visitamos además la tumba de la Virgen María, el cenáculo (lugar de la última cena) o la tumba del Rey David. Pero, como todos sabemos, Jerusalén no es solamente una ciudad católica apostólica romana sino que, a parte estar compartida con musulmanes y judíos, también lo está con cristianos ortodoxos, coptos o armenios. De hecho, el Jerusalén histórico de intramuros está dividido en 4 barrios: judío, cristiano, musulmán y armenio.
Exterior de la Abadía de la Dormición
Interior de la Abadía de la Dormición
Cenáculo
Sepulcro de la Virgen María
En el Barrio Musulmán pudimos contemplar la Vía Dolorosa, que sigue el recorrido que hizo Jesucristo cargando la cruz con la que después sería crucificado. También aquí se encuentra el Domo de la Roca, que es el edificio más grande de Jerusalén y que más llama la atención por su gran cúpula dorada y sus extensos jardines. Estos estaban dedicados a la oración y a charlas al aire libre que los imanes hacían ante sus fieles. 
Muro de Las Lamentaciones con el acceso al Domo de La Roca a su derecha
Interiores del Domo de La Roca



Para entrar aquí debíamos atravesar el Muro de las Lamentaciones, que no deja de ser una pared superpuesta al edificio musulmán y que, hace milenios, era parte del templo de Herodes antes de que los romanos los destruyesen. Aquí debimos pasar por un detector de metales y un control de seguridad en el que nos hicieron tirar el chorizo que aún nos quedaba de Polonia aún sin saber si era de cerdo, pues estaba escrito en polaco.

Al adentrarnos al Barrio Judío, empezamos a ver una gran cantidad de judíos ortodoxos, fácilmente reconocibles por sus grandes barbas y bucles sobre las orejas, prendas negras y blancas que acaban en grandes sombreros de copa, una mujer que no enseña siquiera tobillos y 5 o 6 hijos que los acompañan igualmente vestidos.
Al llegar al Muro de Las Lamentaciones, nos dieron una quipa de plástico que debíamos llevar sobre nuestras cabezas en caso de querer acercarnos a rezar al muro. Aquí fue bastante impactante encontrarse de cara al muro más famoso del mundo y tocarlo mientras el resto de judíos oraban en silencio, leían la Toráh o incluso cantaban alabanzas al ritmo de sus peculiares movimientos reverenciales. A la izquierda de este muro, dividido en dos partes según el sexo, había una pequeña cueva a modo de librería llena de mesas, sillas y libros accesibles a todo el que quisiera.
Tras atravesar el barrio judío, donde también hay unas columnas de 2000 años de antigüedad pertenecientes al cardo romano de la ciudad, llegamos al desconocido Barrio Armenio.  Éste era prácticamente una esquina y tenía banderas armenias entre sus 3 o 4 calles correspondientes. Aquí entramos a un patio perteneciente a una comunidad armenia donde parecían vivir varias familias que compartían edificio con alguna que otra sala dedicada a la oración. En lo que hacíamos alguna foto, un sacerdote con un largo vestido negro y con grandes barbas blancas nos comunicó con cierto enfado que si no éramos armenios debíamos marcharnos, ya que, sin quererlo, nos habíamos colado.          

 Al día siguiente, y con la misma táctica del desayuno nos dirigimos hacia el Barrio Cristiano. De camino a este, pasamos por el templo y la Torre de David, donde aprendimos sobre la historia del pueblo de Israel a lo largo de los siglos.

Pero el principal reclamo turístico de este barrio no es ese, sino la Iglesia del Santo Sepulcro, construida sobre el sepulcro donde, supuestamente, Jesús fue sepultado y resucitado. A diferencia del Muro de Las Lamentaciones judío o el Domo de La Roca musulmán nos llamó la atención la ausencia de seguridad en el templo, sin mayores controles de mochilas, metales o identificación que algunos voluntarios que organizaban las masas.

Nada más entrar nos encontramos con el sepulcro de frente, donde, dicen, fue embalsamado Jesucristo antes de ser sepultado. Tras unas bendiciones acompañadas con cantos por unos monjes ortodoxos (principales gestores del templo) pudimos acercarnos a tocar la tabla donde varias de las personas se desplomaban de la emoción y lloraban mientras otras oraban o entregaban ofrendas para obtener la bendición del Creador.
A pesar de ello, y sin ser el oficial, a las afueras de la ciudad hay otro lugar donde dicen que Cristo fue crucificado y resucitado. Para empezar, el sitio se encontraba a extramuros, donde según la Biblia y la historia tenían lugar las crucifixiones; y no en pleno centro de la ciudad. Además, se encontraba sobre una pequeña colina que, desde donde nos encontrábamos, pudimos apreciar tenía forma de calavera. Y finalmente, había una cueva dentro de la colina con un gran corredor precediéndola por el cual habría rodado una gran roca circular que habría dado sepultura al Salvador.
El resto del día lo aprovechamos para ver la Jerusalén cosmopolita, con grandes edificios, avenidas, tiendas de ropa o parques, donde los chavales jugaban entre sí con su atuendo blanco y negro y sus llamativos bucles por las orejas.

 Entre tanto paseo, nos adentramos en el barrio donde varios de los judíos ortodoxos que veíamos rezando por el Muro de Las Lamentaciones vivían. A pesar del gran número de hijos o de lo bien vestidos que iban nos llamó la atención su barrio, prácticamente chabolista: sucio, estrecho, con cables entrelazados por sus tejados o colegios de 100 metros cuadrados donde su espacio de recreo era la calle. 

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