lunes, 1 de julio de 2013

ARZON (BRETAÑA), FRANCIA. JULIO-AGOSTO 2013

Un día normal de Noviembre recibí un correo por parte de la bolsa de empleo de mi universidad donde se ofrecía trabajo en Francia como camarero, recepcionista o animador turístico. Había trabajado el verano pasado de animador turístico en un hotel de Lloret de Mar, tenía experiencia, manejaba inglés, pero mi francés era insuficiente. Iba a estar en prácticas, me daban alojamiento y 150 míseros euros al mes por hacer lo mismo que el resto.
Aun así, lo interpreté como un reto: dos meses de vida independiente en el extranjero donde abrir la mente y, sobre todo, aprender francés, de manera que no lo quise ver como un gasto, sino como una inversión. De modo que, recién sacado el carnet de conducir, recorrí 1.000 km en 3 días desde Zaragoza hasta el norte de Francia con mi padre de copiloto, quien se volvería con el coche a los 2 días para España
La primera noche dormimos en BURDEOS, donde el río Ebro al lado del Garona parece un charco.
La segunda parada fue en VANNES, típica ciudad de juguetes, silenciosa, limpia y con gente muy educada.
La tercera hicimos un desvió de casi 2 horas para visitar el MONT SAINT-MICHEL, en la baja Normandía. Un lugar mágico, lleno de paz y de inspiración.
Y ese mismo día de vuelta de la ciudad medieval llegamos a nuestro destino final: PORT DU CROUESTY, Arzon.
En este lugar, de un clima no tan cálido como el de España, abundan las playas vírgenes, el silencio y el orden, por lo que a mí -como español que siempre ha veraneado en la costa levantina- me resultó llamativo. Además es una zona llena de barcos de vela donde, según el día, el horizonte se llenaba de tantos que era imposible contarlos.
Respecto a la comida, al igual que la mayoría de las cosas, es más cara que en España. Afortunadamente, no pasaba lo mismo con el queso, de gran sabor y de todas las clases posibles. Para colmo, las crêpes son originarias de Bretaña, de modo que acabaría siendo costumbre acudir al muelle con el resto del equipo a tomar alguna que otra crêpe o galettes (crêpes saladas).

En los últimos minutos con mi padre sentí una sensación de soledad donde me preguntaba, “¿Qué estoy haciendo aquí?”. Sin embargo, desde el primer momento me sentí muy acogido por el resto de trabajadores del lugar y su buena educación, que constaba de un equipo de 20 animadores, 10 camareros y recepcionistas y mis 3 jefes: de animación, de espectáculos y bailes y de la organización general. Lo mejor de todo es que ninguno superaba los 27 años, por lo que había muy buen entendimiento. 
Allí dormía en una casa de 30 metros cuadrados compartida con 2 personas más: Jean Gauthier y Ciaran, -que a pesar de ser de Irlanda hablaba español-. Ésta disponía de una cocina americana y 2 sofás que eran la cama de Ciaran y mía. A parte, teníamos un baño con ducha, un armario y una litera en un hueco donde dormía Jean Gauthier. 
Las 2 primeras semanas fueron duras en el sentido del idioma, ya que me ordenaban ciertas tareas que no entendía y muchas veces me sentía algo inútil, ya que al principio tenía que ir acompañado de alguno de los animadores para que me explicara lo que hacer. Afortunadamente, sin haberme siquiera dado cuenta, a mediados de verano ya notaba cómo empezaba a descifrar todo lo que decían y podía hablar fluidamente su idioma.
Finalmente, tras pasar por todos los clubes, (desde los niños de 3 a 12 años), acabé quedándome en el que era mi favorito: el “Club Junior”, con niños de 10 a 12 años.
Este rango de edad fue realmente agradable a la hora de trabajar, ya que los niños no eran ni demasiado pequeños ni demasiado grandes, de modo que podíamos hacer bromas y juegos de todo tipo y pasárnoslo tan bien como ellos. Asimismo, los monitores eran muy simpáticos y trabajadores pero, ante todo, positivos, por lo que hicimos una gran amistad que dio lugar a un montón de anécdotas durante el trascurso del verano...

Dado que tenía acento español, no imponía mucho en momentos de mandar silencio a los niños, pues si lo hacía a los muy benditos les entraba la risa. Por ello, decidí adoptar el papel de poli bueno
Sé algunos trucos de magia barata y juegos tontos con los que pasar el tiempo, por lo que la relación con todos ellos fue muy buena. Fueron unos grandes profesores para mí y, si hacía falta, repetían palabras que no entendía, las escribían e incluso las dibujaban.
También los animadores me enseñaban el idioma, muchas veces por necesidad y muchas otras por errores míos, al confundir palabras que no debería haber dicho, pero que se parecen mucho entre sí: tales como “feutre-foutre” (rotulador-corrida) o “chat-chatte” (gato-coño).
Pero, sin lugar a dudas, lo mejor de este trabajo  fueron los espectáculos nocturnos. 
A pesar de haber bailado para cientos de personas en Lloret de Mar, esta vez teníamos coreografías muy trabajadas donde se nos exigía mucho más. 
Sin embargo, de los 20 animadores, sólo había 3 bailarinas profesionales y 3 o 4 que sabían moverse, de manera que es fácil hacerse a la idea de cómo nos salían los bailes al principio...
Aquí aprendí muchos pasos y me lo pude pasar en grande, tanto en los ensayos como en los espectáculos de cara al público, pues el ambiente se llenaba de fuerza y energía entre los trabajadores. Asimismo, resultaba igualmente emocionante actuar bajo aquellos focos multicolores al ritmo de una potente música que reflejaba en el rostro de las familias gestos de asombro y, en muchos casos, carcajada.
De esta estancia, me llamó especialmente la atención la buena educación de los franceses, ya sean mayores o pequeños, sin o con confianza, siempre nos deseaban los buenos días, pedían las cosas por favor y siempre las acompañaban de un “gracias”. Estos 2 meses fueron un aprender constante, un verano inigualable.
“Detrás de cada miedo está la persona que quieres ser: si huyes de tus miedos no estás controlando el día: El día te controla a ti